De lo que si no estoy orgullosa es, de estar otra vez amando.
Es decir, ¿amar no es lo más hermoso del mundo? O más bien amar, y ser amado. Y lo soy. Pero el único camino directo al dolor, es amando. Y ya estoy amando otra vez. ¿Pero, cómo poder resistirse? Sé que no es una historia de príncipe y princesa donde hubo rosas y poemas. Sin problematización, porque princesa no soy.En una masa homogénea de prohibiciones, tentaciones y contradicciones, me enamoré de él. Firmo con sangre que si no tuviera esa mirada, que hiciera que cada una de mis terminaciones nerviosas temblara, no estaría amando otra vez. Pero sí tiene esa mirada, ésos ojos oscuros infinitos. Con toda la voluntad de mi ser no pude refrenar esa adicción de querer estar en sus brazos todo el tiempo, donde nunca hace frío y a dónde nadie puede llegar a herirme. Ese instante en lo que roso sus labios, y no hay palabra que valga para describir, como lo único que quiero es quedarme ahí y ver la eternidad pasar. Luego cuando ya no existe más nada que sus besos, sus manos en mi cintura y todo su cuerpo amándome, no hay manera de escapar. Estoy condenada a quererlo segundo a segundo, imaginándome tenerlo cada vez que no lo tengo, rezándole al cielo que ésos labios sean exclusivamente míos. Nací sin su sonrisa, y moriré sin ella, pero no quiero tener que vivir sin ésa sonrisa perfecta, sin el sonido de su risa, sin sus caricias pretenciosas que me llevan a un mundo donde todo está bien. Hasta su sabor es adicción, su aroma, su pelo y su nariz. Su cuello exquisito y su mandíbula exacta, sus largas pestañas y sus cejas negrísimas. No hay ningún detalle que pueda no amar, no hay manera de que pueda bajo estrictas condiciones de consciencia, dejarlo ir.
Maldita la hora en la que me enamoré de él.
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