4 de diciembre de 2011

Mentías, mi vida.

Es increíble como después de perjurar y perjurar termine convirtiéndome en lo que siempre condené. Un asco.

Supongo que a veces me acostumbro tanto que ya ignoro las mentiras, la decepción y el dolor que alguna vez se plantó. Supongo también que es parte de la misma metodología de la vida, la cual consiste en siempre estar poniendo un obstáculo para la felicidad completa. Es decir; cuando no son los celos, son los gritos, las peleas, o las mentiras. SIEMPRE hay algo, por más que lo evite, por más que me esfuerce.

Esta vez son las mentiras.

Creo así mismo que las mentiras son una de las cosas que nos hace más humanos, porque demuestra nuestra capacidad de miedo a la verdad. Es decir, somos humanos; erramos tanto como mentimos y aunque una cosa se da en consecuencia de la otra, se dan de la misma manera. La cuestión es que una mentira pasa, dos mentiras pasan, pero ¿la tercer mentira pasa? De mientras las dos mentiras anteriores laten potentes en la memoria, añandiéndole una complicación más al día a día.

La realidad es que todos mentimos alguna vez. Desde que vamos al jardín le mentimos a nuestros amigos alegándonos superpoderes. Luego siguen las mentirillas de la escuela a nuestros propios compañeros con las calificaciones y demás, hasta que llega el mentirle a los padres cada vez que se quiere hacer algo a escondidas o después de haberla embarrado en serio. Pero hay mentiras y mentiras.

Mentir cuando hay amor, mentir por amor o mentir con amor, no existe.


¡No se miente cuando hay amor, mierda!



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